I
Hace tiempo que hablo-
La voz se me ha hecho
varias veces trizas
tras el color tardío
de las figuras.
De la orilla del río
cogí el verso
y lo leo despacio,
saboreé el sonido
y aun me sabe su aroma
a las notas del alba.
Tras él, la piedra
de locura, de la noche.
Como en la dejada soledad
de la torre de un carpintero
-sin manos ni piano
que abrazaran-.
Recuerdo de esa noche
el verso airado,
el júbilo y la misma pasión
de trágicos griegos,
con todas sus vidas,
su vino y su pan,
que compartimos.
La sinrazón nunca descansa.
Así supe de aquellas lejanías
tan cercanas del otro mundo
(hermano que nos cerca).
Reconocí, en el paisaje sin límites
las huellas de mi propia sangre.
Sin embargo no estaba desnudo,
y el coro brillaba pálido.
Me acerqué más,
me hundí en el mar hasta las cejas.
Digerí lentamente su espacio
y todo el tiempo, como un animal
que viviera dentro del aire.
No habrá sombra que oculte aquella luz
y sin embargo la siento lejos,
luminosamente afectada.
Cerré la puerta y esperé
pero todos ya me conocían.
Quise cambiar de aspecto
y no supe siquiera qué era aspecto
ni hacia dónde se iba.
Como la puerta, los ojos
se volvieron ciegos y la voz
calló, dejándose mecer
por ramas de lo humano.
La misma vida me dolía
en el silencio: el cuerpo
extenuado, seco
de tanta ansia, como cáscara
de negra nuez vacía.
Todo amargo jengibre
raramente devorado.
Y ese sabor, y aquel sonido
que la época nos trajo
dejaron caer sus cadenas
sobre la sombra de un lienzo
que se olvidaba de sí
en su estúpido caballete.
Busqué sobre las calles el poema
y solo oía voces desatadas como puños.
Grité alto a las calles,
grité a la misma vida
que pretendía abandonarnos.
II
Ahora
la sensación varía
como del día a la noche.
Soy más consciente
de la enfermedad del arte
y en la conciencia
encierro la píldora.
No es sin embargo fácil.
Se cae a veces de mis manos
mezclada en el balde con las otras
y tomo entonces cualquier
derivado de la anfetamina
que me sacie.
El problema viene después:
la confusión se nombra orden
y no encuentro a la amada
por más que la busque con mis hombros.
He llegado incluso a tantear
las venas abiertas
mientras la peluquera corría
escaleras arriba (gritando
desesperada).
Por cada página que he escrito
he leído ciento y he vivido diez.
Ya no me callo.
Todas las migas de esta mesa
se han reunido para hacer mi pan,
todas las migas recogidas una a una
en un camino de tierra y espejismos
que confluyen en la misma dirección.
Cuando mato mi sueño
más lucho por él,
cuando callo hablo,
callado, aprendo a hablar.