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SÓLO DECIR (Fragmento primero)




 

S O L O   D E C I R

 

 


 

Nada que contar en este absurdo diario en que me leo.

Tener, no más, principio; no saber cómo fue el final siquiera, cómo sea ahora. Ciegos buscando ciegos, menos luz. La batalla  (se) debe comenzar.



Un quiste sigue siendo el alma - en ella - ha de morir naciendo nueva.

Como preludio, tiendo, sin ti, mi puente en todo abismo. Inevitable la caída.

La soledad, la noche, trastornarán por fin todo el sentido.

Seguimos bebiendo, cavando, bebiendo.

 


Los primeros, un tanto más allá, hablan de sus fuegos mientras llega, nuevamente, el día. Uno no puede renegar de lo que es, no puede renegar de lo que ha sido. Entre asfódelos siempre la ceniza…  ¿Porqué palabra inútil supuras de este canto de escoria que mi humana condición te nubla en verso? No pueda más quien vino aquí sin forma externa, se alce quién, aquel del que ni el habla es sombra o muda es la palabra y la serpiente de su sed es muda. Entrando tras el huerto suspendido supe decir qué había, proletario. Sigamos caminando.


No hubo tiempo de partir. Nacimos a otro modo, ya partidos. Todos nuestros recuerdos son sólo de silencio. Un silencio extenuado que se llega hasta el lugar.


Mejor hubiera sido, quizás, morir allá en lo otro. No haber nacido huecos, sin historia.


Nuestro forzado exilio ya comienza a despuntar, toda la luz habla en nosotros. Qué pudo ser, ya nadie sabe. Sólo un decir que irrumpe en el presente transformando las miradas. Quien sabe si es un otro totalmente otro lo que habla. La escisión tuvo lugar. Lengua diseccionada,  bífida, que no se vuelve a unir y es el botón de primavera de esta atmósfera. Otros lirios diversos de los lirios. Sentidos que han cambiado ya de forma, no vemos no tocamos no gustamos no oímos no olemos por igual. No hay sentido más allá de esta escisión, ejemplo de esos otros; mundos nuestros que no habitas. Lo que ha brotado de esta tierra, un laurel marchito y una vieja enredadera.

 


Nadie sabrá nunca lo que soy, nadie me oirá decirlo, aunque lo diga, y no lo diré, no podría, no tengo más lenguaje que el de ellos. ¿Desde qué tiempo estoy, así, peregrinando? Recuerdo levemente aquel ardiente, fértil año 21. Forman trenzas, difícil singladura de la niebla, los siglos y las fechas; varado como estoy en punto. En deuda con la fecha entonces, en deuda hasta que cumpla en sí, la fecha y el secreto. La recuerdo, inverosímil, como un don. Resuena claramente mi palabra, descifro en esta unión, palabra-encuentro, la singularidad de aquel instante. Pero todo se borra nuevamente, es el encuentro siempre un desencuentro, su misma sombradura es el poema. Es posible, ahora, cuando la hermosura es, por demás, paciencia, que hallemos en nosotros acertijo, el hoyo hollado.


Salir. En verdad no hemos salido nunca. La impresión más clara que tengo en mi recuerdo es siempre estuve fuera. No hubo salto, cambio ni expulsión. Ni como aquel, ni como quien. Nacimos fuera sin poder salir, vivimos dentro sin poder entrar. No hay confusión. Sólo el peligro cierto del día más, esclavo; sólo la podredumbre de estas gentes que nos muestran brazos, manos. ¿Cuántas guerras han visto ya estas manos? ¿Cuántas manos han visto ya estas guerras? No sé si fue una guerra o fueron dos, si es siempre idéntica, la misma, indiferente. Quizá sí, sea una misma y larga guerra, espiga y grano. Cuando salí de Viena encontré millones de personas que clamaban por un campo. Gritaban aterradas: ¡un campo de concentración al menos, todo menos la muerte lenta del exilio! Pero en el fondo yo no lo escuchaba. Entonces parecía que todos los poetas éramos judíos, que no había en realidad otra razón de nuestro encierro en esos campos que el hecho de ser judío hijo de judío. ¡El judío errante, qué hermosura! Perdimos la paciencia. Perdimos todo alma y toda sed, la gana. Lo peor estaba por llegar: seguimos vivos, peregrinos que salen sin saber, como niños, al mundo, a buscar su lugar. Mierda de sentido, mierda del lugar. ¿Quién coño quiere patria ahora? ¿Para qué otra patria otra matria otro patrón otra matrona? Ni siquiera podíamos tener hijo al que llevar al lugar, no había lugar para el lugar, era todo un exilio, un salir al exilio, acto y sitio.

 

Aunque no estoy en regla exactamente, la policía me tolera. Sabe que, hallándome en la imposibilidad de articular una palabra, no me aprovecharé deslealmente de mi situación para sublevar a la población contra sus dirigentes, mediante inflamados discursos en las horas de mayor afluencia o para murmurar frases subversivas, llegada la noche, a los transeúntes retrasados y borrachos. “Nuestro programa, 'todo es común', ¡pongámoslo en marcha! cada cual habría de recibir según sus necesidades y de acuerdo con las circunstancias”. Todo nuestro sueño, pan de oro, no era más que una leve capa de irrealidad. Cada persona cubría el rostro de ligeras imprecisiones, sal y pimienta. Se perdieron las formas, los sombreros. Pero no la máscara. Nadie solía expresar sus visiones, pero todos las veían. Era un acuerdo tácito de la mentalidad. Dejar pasar el tiempo hasta que el énfasis se troque pesar y pena. Entonces, entonces,... sigue mi cuenta sin poder salir de su silencio. Todavía no soy capaz de relatar el dolor: cuando la ilusión es casi un hecho, si se pierde el hecho, se olvida la ilusión. Nace, sin más, el desencanto. No tengo ya ilusiones, creo haberlo dicho. Ni ilusión ni esperanza: un primer paso para no seguir perdiendo... día tras día, vida tras vida.

 

Recuerdo una historia que los ancianos contaban. Hace tiempo, mucho tiempo, alguien dijo que nuestra tierra estaba en un lugar entre el oriente y occidente. Nosotros, perdidos como estábamos, por la arena inmensa del desierto, pensamos en volver a nuestra tierra, ¡nuestra tierra!, de inmediato. Y hacia allí volvimos. Pero en la tierra de los hombres había ya otros hombres. Empezó una larga guerra que aún perdura. Pero esta sí, esta es otra guerra, otra y la misma.


Subimos por un monte, oscuro. Desde nuestra ladera se veían grandes ejércitos contrapuestos, sin aparente diferencia en sus jefes ni en su indumentaria pero claramente enfrentados. Decidimos descansar en este lado de la montaña mientras no llegara la noche oscura que abriera su luz a nuestra vista y el silencio a sus oídos. Lo que no sabíamos es que ni esta ni la otra ladera, en verdad, eran distintas. De nuevo nuestra credulidad de hombres nos hizo sentir seguros en otra boca de la muerte. No había en realidad motivo para distinguir esto y lo otro, pero como hombres estábamos abocados al error, pensando interpretar verdades tuvimos certeza de estar, ciertamente, en lo falso. Verdad, certeza... Por qué no hubo en aquel momento voz alguna que nos dijera que aquel camino era el errado? ¡Que no había camino!

 



... Atravesamos montes y espesuras, buscando alguna huella de su paso, del lugar, del hombre. Seguramente hubo un equívoco respecto a la hora, llegamos pronto o tarde o no hubo tiempo. No sé, quizás el libro aquel no estaba en lo cierto, todos aquellos papeles que leíamos día tras día. Estuvimos siglos intentando entenderlo. Quizás... Pero al fin y al cabo era lo mismo. ¿Sin libro, hubiéramos leído de otra forma nuestro mundo?  


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